martes, 3 de febrero de 2009










Camagüey, Cuba.- La historia comenzó en el año 1514. Arrogantes y fastuosas arribaron a la Punta del Güincho, en el interior de la Bahía de Nuevitas, las reales naves.
Los conquistadores, ávidos de fama y fortuna, hallaron en aquellos inhóspitos parajes un lugar para guarecerse antes de iniciar la colonización; pero el tiempo hizo del transitorio refugio asentamiento estable y así nació, el 2 de febrero, la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
La intención de que la Villa creciera próspera y bella, en el Cacicazgo de Mayanabo, falló: la falta de agua y alimentos obligó a los primeros pobladores a buscar mejores predios. Comenzó entonces el peregrinar por las vastas llanuras.
En 1516 se establecieron en las márgenes del río Caonao: iban en busca de agua, comida y riquezas, pues según la etimología de la palabra, caonao significa “lugar donde hay oro”.



Fueron recibidos como dioses por los aborígenes del cacicazgo, quienes sorprendidos por el destello reluciente de armas y corazas y el porte de los caballos, se aterrorizaron. Aquellos parajes fueron convertidos en el escenario más cruel de la epopeya colonizadora, con “La matanza de Caonao”. Después, los sobrevivientes se enfrentaron a los hombres blancos y los expulsaron.
Tras el suceso, los colonos avanzaron sobre el centro del territorio, para llegar a los dominios del cacique Camaguebax, entre los ríos Tínima y Hatibonico, donde se estableció, como caserío, el 6 de enero de 1528.
Pero aún así, la andariega Villa, que revalidó su pomposo nombre de Santa María del Puerto del príncipe, tuvo otros dos asentamientos, dentro de la propia zona, hasta la ubicación final, en el área que hoy ocupa el actual Parque Agramonte, y desde donde se proclama el núcleo urbano más antiguo como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Nadie se ocupó de enderezar lo que nació torcido: se impuso la parcelación fragmentada, y fueron desconocidas las ordenanzas de la Corona Española, lo que dio pie al anárquico desarrollo urbano, con callejones breves, calles estrechas y torcidas, que generan un laberíntico sistema de plazas y plazuelas, único de su tipo en Cuba y en América.
Y ése es uno de los valores excepcionales del centro urbano, al que se suma el amplio repertorio de edificaciones religiosas, y templos que propiciaron el crecimiento de historias y leyendas, sorprendentes o macabras, increíbles o felices, que se trasmiten de una generación a otra y que singularizan la historia de la vieja Villa.
El barro y la arcilla son los elementos que tipifican las construcciones de la también llamada “Ciudad de los Tinajones”, con una diversidad de estilos arquitectónicos, que no obstante, logran armonía y unidad en un entorno matizado por la vegetación de patios y espacios públicos.

A los valores tangibles del patrimonio se suman los culturales, que marcan tradiciones, costumbres y leyendas, muchas de ellas surgidas por supersticiones y creencias, pero también para explicar lo que la historia no pudo.
La recuperación de ese patrimonio inmaterial le confiere al conjunto identidad y autenticidad, de manera que conforman el imaginario de la ciudad y reafirman los valores excepcionales que la distinguen en el mundo.
El Camagüey actual, llamado oficialmente así desde 1903, incorporó a su desarrollo además de los indiscutibles aportes de sus hijos a las ciencias, las letras, las artes, la política y la historia; los avances sociales y tecnológicos que le permiten mantenerse como una ciudad viva, que conserva sus antiguos valores integrados con la modernidad.

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