jueves, 30 de octubre de 2008


Ya el suceso es historia: un feroz leñador arremetió un día contra todos los árboles, no tuvo distinciones, y a ciegas, avanzó por las más extensas llanuras de Cuba. Parece un cuento, pero es una dura realidad.
No le importó al leñador (Ike, su nombre) seleccionar especies, fue contra arbustos, aparentemente frágiles y pequeños; pero también contra otros, majestuosos, de gran porte, centenarios algunos. Se ensañó con caobas, cedros, majaguas, eucaliptos y palmas reales. Tampoco tuvo en cuenta frondosos mangos y aguacates, limoneros y cocoteros, responsables de garantizar los jugosos frutos tan apreciados en El Caribe.
El leñador abrió una trocha a todo lo largo de la Carretera Central, desde Guáimaro hasta Florida, pasando por Sibanicú y Camagüey. No tuvo en cuenta que muchos de los árboles derribados o desmochados tipificaban a algunos poblados; y así, macheteó las 32 caobas hondureñas, de 20 metros de altura, que en la curva de La Herradura anunciaban al viajero la cercanía de la ciudad de Florida.
El parque natural más grande de Cuba también está herido. El Casino Campestre ahora sufre, y con él, los camagüeyanos, tan orgullosos de su gran arboleda, formada por centenarias ceibas, anacahuitas, algarrobos…
“Los que viven a la sombra del árbol, --como dice José Martí—hallan buena su sombra y jugoso su fruto, y no quieren que se sacudían sus raíces”; por eso, hoy los camagüeyanos, quienes padecen muchas pérdidas de bienes materiales, también se duelen de la labor destructiva del leñador y hablan con nostalgia de la destrucción de ese tesoro verde, y la sienten como una pérdida personal.

El naranjo del patio no florecerá más, los azahares no perfumarán las noches, las laboriosas abejas han perdido sus piñones; y el ganado, sus lugares de sombra.
El patrimonio forestal que tipificaba patios, calles, avenidas, parques y plazas de la vieja Villa Principeña hoy sólo es historia; pero los lamentos obran el poder de multiplicar manos y brazos: ahora la poda recuperativa será remedio seguro para devolver vida, porque “donde la naturaleza tiene flores, el cerebro también las tiene”.
Sobre el dolor se levantan los camagüeyanos, porque no hay tiempo para el llanto, pues si la naturaleza echó sobre este pueblo una catástrofe, también levanta en hombres y mujeres virtudes que se le igualan y la doman

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